Por Guadalupe Yepez, participante de la iniciativa “Familias Sin Fronteras”, la cual es posible gracias al apoyo del Programa Europeo Regional de Migración y Refugio SI Frontera, financiado por la Unión Europea y la Cooperación Alemana, e implementado por la GIZ en Perú.
Como toda madre, siempre queremos lo mejor para nuestros hijos, por esta razón, mi motivo principal para migrar fue buscar un mejor futuro para ellos. Aunque suene repetitivo, considero que para quienes tenemos hijos, está fue nuestra realidad, dejarlo todo atrás, con la esperanza, el sueño de buscar entregarles la posibilidad de que pudieran crecer y desarrollarse teniendo oportunidades, que lamentablemente en mi país, cada día veía más lejanas.
No fue fácil convencerlos de algo que yo misma tenía muchas dudas, dejar todo atrás, meter en una maleta mi vida, descartando lo que no consideraba necesario pero que quería tener para siempre conmigo, fotos, adornos, ropa, recuerdos, todo lo que incluye vivir durante toda tu vida de infancia, adolescencia y adultez, que aunque puedo vivir sin ellos, eran míos y tenía un significado, y lo más doloroso, dejando atrás mi esencia, mi gente, mi papá, mi familia, mis amigos, de los cuales me despedía sin saber si volvería a ver.
Aunque tuvimos la oportunidad de preparar nuestro viaje, cada despedida sin decir adiós, cada lugar que visitaba nos fue llevando a ese día, donde tuvimos que partir, a buscar rehacernos otra vez, comenzar de nuevo y hacerlo con la mayor disposición. Perola realidad es que duele, y mucho, y tratas de mostrarte ante tus hijos, tus regalos de Dios, fuerte y segura, aunque por dentro sabes que tienes las mismas dudas que ellos, los mismos temores, pero que decidiste que es la mejor opción por y para ellos, y también para ti.
La migración cambia, transforma, y debes tratar de fomentar y afianzar los valores que tienes como familia, porque te enfrentas a un mundo nuevo, donde tu zona de confort se queda muy atrás y pasas a estar en un sitio donde no conoces, no solo la ciudad, sino la gente, su idiosincrasia y pasas a ser el extraño y muchas veces el no aceptado.
La adolescencia es un proceso de cambios, en donde compartes y disfrutas con tus amigos de toda la vida, ¿y cómo explicarle a mi princesa chiquita, que aunque ella quisiera y necesitará estar con sus amigos de primaria y con sus primos, era mejor para su futuro que estuviéramos a miles de kilómetros de distancia porque iba a tener la oportunidad de buscar una mejor calidad de vida?, ¿O cómo hacerle entender a mi hijo mayor, que tenía terror de dejarlo estudiando en una ciudad en donde su vida se veía expuesta a peligros como la delincuencia y la violencia, y que para mí, para mi instinto protector, era mejor que dejará la universidad y comenzará de nuevo?
Fueron muchos días y noches largas, interminables, en donde su tristeza por haber dejado todo atrás, me ha hecho pensar y dudar de si tome o no la decisión adecuada, pero verlos como también día a día se han ido adaptando, como nos hemos ido adaptando, teniendo el norte de mejorar cada día y de alcanzar objetivos que permitan alcanzar esa meta anhelada de un mejor futuro, en donde todos sus derechos no se vean vulnerados, nos ha permitido avanzar a lo largo de estos últimos años.
Cada madre que lea esta líneas, se identificará conmigo, cuando describo que me he convertido aún más en esa leona que defiende a sus cachorros, pero les confieso algo, esa leona a mutado, porque para ser el apoyo que necesitan mis hijos para afrontar el día a día lo que significa ser migrante, me ha tocado llenarme de paciencia, buscar estrategias que pueda ofrecerles a ellos para enfrentarse ante una sociedad que a veces no es empática, que solo juzga porque no te quedaste a luchar en tu país y que no se pone en tus zapatos, para pensar que haría si por un solo momento considerara que sus hijos están en peligro, que tu lugar seguro y bonito, ha dejado de serlo, que la esperanza que tenías de verlos crecer junto a los hijos de tus hermanos, primos y mejores amigos, no es posible, porque limita su futuro, porque aunque duela, tu país, ya no es tu lugar seguro.
Pero todo no ha sido triste, porque he visto como nos hemos fortalecido como familia y como madre, siento un orgullo enorme por mis hijos, por ser dignos representantes de su país y de su familia, porque cada día dan lo mejor de sí para aprovechar esa oportunidad, de estudiar, de conocer personas, pero sin dejar atrás su esencia, su gentilicio y que a pesar de lo que escuchen, tienen claro que el norte es salir adelante y no permitir que les venza el pensamiento de sentirse vacíos, sino todo lo contrario, llenos de experiencia y materializando sueños.
Mi experiencia como madre migrante, me lleva a valorar más mi grupo familiar, ese aprendizaje que he obtenido de mis hijos, quienes se han adaptado y buscado siempre la forma de salir adelante, de alcanzar sus metas, de crecer un poco más rápido y sentir que cada paso dado, ha valido la pena y que su futuro, estará lleno de lo que ellos desean logran, teniendo siempre en cuenta que su bandera y su patria siempre estará en su alma.