Autora: Luz Soto, activista feminista e integrante de la Escuela Política Feminista
Hace un tiempo gané un sorteo que me daba la oportunidad de ser ponente en un conversatorio sobre el acoso sexual callejero y su impacto en la comunidad juvenil. Para mí fue un reto bastante grande no solo por mi miedo a hablar en público, sino que fue una oportunidad para hablar desde mi propia experiencia; fue emocionante, pero también un gran reto. Llevo tiempo en el activismo feminista y aun así pensar en situaciones en las que me vi vulnerable se me hace muy difícil. A veces, como activistas nos enfocamos en dar coraje a la comunidad que nos rodea, pero muchas veces nos olvidamos de nosotras mismas y cómo hemos sobrellevado la violencia sistemática patriarcal.
El acoso sexual callejero es una triste realidad que afecta a mujeres y diversidades en el Perú. Enfrentamos la urgencia de comprender sus repercusiones en las adolescentes y jóvenes de nuestro país, examinando cómo este fenómeno limita su libertad y contribuye a la perpetuación de desigualdades de género. Es por ello que quiero enfocar este artículo no solo en mi experiencia sino también en sus repercusiones en mi salud mental y mi visión sobre cómo debemos abordar esta problemática, pues considero que se ha estado enfocado en la prevención y denuncia desde nosotras cuando no solo necesitamos de esto, sino que debemos abordar temas como la masculinidad y el ejercicio de poder.
La primera vez que recuerdo que sufrí acoso sexual fue a puertas de mi casa, tenía 7 años y jugaba carnavales y un extraño me lanzó “besos volados”. En ese momento no entendí la magnitud de la situación.
Años después, el acoso ya no era una sorpresa, era una cotidianidad.
Este tipo de violencia no solo alteró mi cotidianidad, sino que también
me impidió disfrutar plenamente del espacio público, generando miedo e inseguridad.
Crecí con miedo a usar el propio uniforme escolar, me sentía incómoda con faldas o shorts a pesar de que me gustaba utilizarlas e incluso hice una petición junto a otras compañeras para que las alumnas, del colegio en el que estaba, tuviéramos la posibilidad de utilizar pantalón como nuestros compañeros.
Esta problemática es sistemática y simbólica pues no solo hay un ejercicio de poder machista si no que muchas personas comienzan a tratar sus experiencias cotidianas de acoso callejero como ritos de iniciación en la pubertad, como si fuera parte de crecer en una mujer. Las mujeres pueden sufrir acoso callejero en cualquier momento de sus vidas, pero la mayoría de las mujeres en la mayoría de los países lo experimentan durante la pubertad que es una de las etapas más críticas de las personas en general. Incluso, en muchas ocasiones se adjudica la responsabilidad causal o consecuente a la mujer o a la víctima de acoso. De forma causal: se le da ejercicio de intención a la víctima a través de actitudes y/o características como la ropa, dónde estaba, la hora en la que sucedió el hecho y demás. De forma consecuente: Se hace hincapié en cómo reaccionó la víctima, cuestionando su actuar frente a la situación, tratando de deslegitimar la responsabilidad del acosador; y si bien es importante enseñar la defensa personal y crear mecanismos de defensa, no debe usarse la reacción del victimario como justificación al acoso.
Esta realidad se concatena con lo indicado en la última Encuesta Nacional sobre Relaciones Sociales del 2019, en la que se indica que un 31.1 % de personas encuestadas cree que vestirse provocativamente y con ropa reveladora justifica que acosen sexualmente a una mujer.
Lamentablemente, de acuerdo con cifras del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP), en el 2022 se atendieron 370 casos de acoso sexual en espacios públicos a nivel nacional, en los cuales el 95% eran víctimas mujeres. Sin embargo, esta información no refleja la realidad de esta problemática, según el último informe de Paremos el Acoso Callejero y Plan Internacional (2021), un 97 % de víctimas de esta manifestación de violencia de género no denunció el acoso sexual en espacios públicos pese a la existencia del D. L. 1410 que establece el acoso sexual como delito, y un 37 % manifestó sentirse impotente frente a estas agresiones.
Es por ello que esta problemática no solo debe verse desde una
perspectiva legal “correctiva”, sino que debe comprenderse como una
ala de la cultura machista arraigada en la sociedad peruana.
El acoso callejero es una forma de agresión sexual que conlleva ramificaciones traumáticas provocando un deterioro conductual, físico y sociopsicológico de las víctimas, que pueden perder la fe en la sociedad al exponer el impacto psicológico (1,2) y tienen un riesgo incrementado de padecer depresión y ansiedad (3). Desde mi propia experiencia, el acoso sexual se presentó con mayor constancia en la pubertad. Me resultaba incómodo usar jeans, blusas, ir sola en bus, incluso para evitarlo tuve que dejar mis estudios en el instituto al que iba. Esto me generó una impotencia y miedo que con el tiempo se convirtió en ansiedad, miedo a la calle, miedo a los hombres e incluso miedo al contacto físico.
Desde esta experiencia puedo decir que el acoso callejero excluye a las mujeres al reforzar la noción de que la esfera pública es un espacio masculino donde no somos bienvenidas y el enfrentarnos a ese privilegio masculino, termina impactando en nuestro crecimiento emocional e intelectual, exigiéndonos que seamos (4)completamente accesibles y comportarnos de manera que agrademos a los hombres (5).
Las estadísticas sobre el acoso callejero, nos muestran que los hombres son el elemento activo en los casos de violencia y, paradójicamente, la mayoría de programas está dirigido a la recuperación, atención y no tanto a la prevención de la violencia.
Según la Defensoría del Pueblo, 10% de los casos de acoso sexual ocurre en el barrio, el 12% por un taxista, el 13% por un grupo de hombres, el 6% por la policía y serenazgo, y el 60% por un desconocido. Según el mismo estudio, el 38% de las mujeres que sufrieron acoso cambió de calle para ir a la escuela o el trabajo. Estas estadísticas nos hacen cuestionar sobre cómo hemos trabajado para erradicar esta problemática, según estudios del centro de salud, ciencia y tecnología los hombres son identificados como el principal grupo acosador debido a antiguas creencias y percepciones sobre el cómo pueden tratar a las mujeres a nivel general, sumado a una perpetuación de estas creencias en la mente de las mujeres que, a pesar de que no hayan experimentado acoso callejero, de todas formas, las obliga a ser cautelosas en su actuar y modificar sus actividades diarias, sobre todo al transitar por espacios públicos (6).
Es por ello que considero que debemos abordar el acoso como una problemática de conducta masculina y que para tratar de erradicarla debemos buscar que la sociedad redefina lo masculino y su relación de poder. Esto ya se ha estado trabajando en espacios que conozco como “Chamos en Acción” de Quinta Ola y “OPROSAC” de la PUCP que buscan transformar estos patrones culturales, promoviendo relaciones basadas en el respeto y la igualdad.
Concluir esta reflexión sobre el acoso callejero implica reconocer que, aunque las estadísticas revelan la magnitud del problema, la lucha va más allá de cifras. Es una batalla diaria por la libertad de las mujeres y diversidades en espacios públicos.
La impactante verdad es que, mientras se enfoca en cambiar las conductas masculinas, esta lucha también demanda que nosotras, como activistas, nos liberemos del olvido y nos enfrentemos a nuestras propias vulnerabilidades. La verdadera revolución contra el acoso callejero no solo redefine la masculinidad, sino que empodera a las mujeres a reclamar su lugar en la esfera pública, rompiendo las cadenas invisibles que limitan su libertad y perpetúan desigualdades.
La resistencia no solo está en denunciar, sino en sanar y construir una sociedad donde la igualdad y el respeto sean el cimiento de nuestras
interacciones diarias. En esta batalla por la dignidad y la seguridad,
la verdadera victoria será cuando cada mujer y diversidad
pueda caminar sin temor, disfrutando plenamente de
la libertad que les pertenece.
REFERENCIAS
(1) Fileborn B. Naming the Unspeakable Harm of Street Harassment: A Survey-Based Examination of Disclosuren Practices. Violence Against Women 2019;25:223-48. https://doi.org/10.1177/1077801218768709.
(2) Meinck F, Cluver LD, Boyes ME, Mhlongo EL. Risk and Protective Factors for Physical and Sexual Abuse of Children and Adolescents in Africa: A Review and Implications for Practice. Trauma, Violence, & Abuse 2015;16:81-107. https://doi.org/10.1177/1524838014523336.
(3) Friborg, M.K., Hansen, J.V., Aldrich, P.T. et al. Workplace sexual harassment and depressive symptoms: a cross-sectional multilevel analysis comparing harassment from clients or customers to harassment from other employees amongst 7603 Danish employees from 1041 organizations. BMC Public Health17, 675 (2017). https://doi.org/10.1186/s12889-017-4669-x
(4) Laniya 00. Street Smut: Gender, Media, and the Legal Power Dynamics of Street Harassment, or Hey Sexy and Other Verbal Ejaculations. Colum J Gender & L 2005;14:91.
(5) Day K. Constructing Masculinity and Women’s Fear in Public Space in Irvine, California. Gender, Place & Culture 2001;8:109-27. https://doi.org/10.1080/09663690120050742.
(6) Martínez-Líbano J, Gallegos Bulnes J, Oñate Torres N, Villagra Arancibia I. Consecuencias psicológicas, emocionales y sociales del acoso callejero: revisión sistemática. Salud Cienc. Tecnol. 2022;2:142. https://doi.org/10.56294/saludcyt2022142
📌 Este contenido se formuló y elaboró en el marco del programa Escuela Política Feminista, iniciativa desarrollada por Quinta Ola gracias al apoyo del Fondo Canadiense para Iniciativas Locales (FCIL) de la Embajada de Canadá.
aldo moreno enero 17, 2024 at 1:30 am
Querida Luz,
Felicitaciones por la grandísima oportunidad que se te presentó para redactar este escrito. ¡Me ha encantado! Lamentablemente, el acoso callejero ha sido una problemática que ha sido sedimentada en nuestra sociedad desde la antigüedad y lo que podemos hacer para lograr un cambio no es solo centrarnos exclusivamente en el agresor o ver “qué se puede hacer” con la víctima después del acoso (seguimiento, terapia, etc), sino cuestionar qué circunstancias permiten dicho acoso a nivel social. Esta mirada más colectiva y sistemática del problema nos puede llevar a, eventualmente, transformar la cultura tan machista, sexista y patriarcal en la que vivimos.
Por otro lado, también me parece fascinante la habilidad que tienes para escribir, un don con el cual no solo transmites información sino expresas sentimientos y, aún más importante, abordas problemáticas relevantes por las cuales hay que seguir trabajando como sociedad. Sin duda, un artículo demasiado enriquecedor.
¡Saludos!
Aldo 🙂
Ela enero 17, 2024 at 2:45 am
La perspectiva de la realidad cambia cuando detrás de las mujeres que luchamos por el cambio y escriben artículos como estos, existe una mujer que también ha sufrido por lo que lucha pueda erradicarse y se genere un cambio en el presente, para que futuras generaciones detecten en la sociedad un chip nuevo en su comportamiento, para que cada una de nosotras pueda salir de casa sin preocuparse si debería llevar o no el pelo amarrado para no atraer comentarios indeseados.
Gran artículo, gracias por compartirnos tu experiencia…
Esther enero 17, 2024 at 3:37 am
🙌👏👏