Algo de lo que nadie habla: La soledad de las adolescencias migrantes

Autora: Anyi, integrante de la Escuela Política Feminista y de Chama Hermana

La realidad migrante va más allá de solo tener “una nueva vida”, implica el cómo saber sobrellevar esa vida, el enfrentar las dificultades y seguir adelante. Se trata de encontrar la manera de permanecer estable y saludable, física y mentalmente, para poder convivir con personas en un entorno totalmente distinto al tuyo al cual tienes que adaptarte a nuevas tradiciones y culturas.

Viviendo en Perú he podido experimentar buenas oportunidades pero sé que otras chicas o chicos de mi edad probablemente no. Logré ir a la escuela sin tener que trabajar al mismo tiempo, pude tener una vivienda digna para vivir con mi mamá y pude visitar diversos lugares turísticos. Pero esto no quiere decir que no haya experimentado desafíos. Mi mamá me hizo muy feliz, pero un ambiente sin personas con las cuales compartir intereses me hizo sentir sola.

La soledad

Algo que me ha costado desde muy pequeña es hacer amistades y el proceso de migración hizo que se volviera más complicado para mí. Cuando empecé la escuela en Perú pude notar que no había chicas similares a mí, era la única venezolana en mi aula de 31 estudiantes. Por eso, no sentía que podía conocer personas a las cuales hablarles de mis temas de interés, de mi país, de lo que extrañaba o simplemente de lo que me sucedía mientras más pasaba tiempo en Perú.

Tristemente, vino la pandemia, lo que provocó que me alejara de esas pocas amistades peruanas que había hecho y así volví a estar y sentirme sola, aislándome en mi casa con series de televisión o mi celular, llegando al punto de hablar con personas de internet, creyendo que así encontraría alguna amistad con la que me relacionara en intereses similares.

Mi espacio seguro

Como suerte de la vida, mi mamá conoció Quinta Ola y su programa “Chamas en Acción”, sinceramente al inicio no pensé que sería una gran idea y me mantenía muy negativa a la idea de acercarme a nuevas personas con las cuales convivir, pero aun así, participé.

Poco a poco me di cuenta de que sería un espacio seguro para mí

porque muchas chicas eran de mi país

y fue en ese punto en el que conocí a Kamila, una chica que venía de mi mismo estado, Mérida, con la cual creé una muy linda amistad, una amistad en la que podría hablar incluso de la pisca andina (caldo representativo de los Andes venezolanos) y sabría que me entendería, algo que me llenó de emoción.

Mi nueva yo

Gracias a Quinta Ola, con el paso del tiempo, he podido conocer a más compañeras que, aunque no son venezolanas tienen ese interés por saber de mi cultura. Son personas que no me juzgan por mis costumbres, hábitos o formas de comunicarme. También pude conocer a Veneactiva, una organización que en pandemia me ayudó mucho a entender y procesar los sentimientos que tenía y el rechazo que sentía de otras personas cuando se enteraban de mi nacionalidad. Ahora puedo decir que me siento bien.

Por esto y más, me gustaría que más personas pudieran conocer al igual que yo organizaciones con interés en crear espacios seguros para nosotras donde podamos convivir y aprendamos a abrazar a nuestra cultura sin buscar ocultarla para agradar más.

Y no solo que se quede ahí, sino que con la ayuda de más personas podamos sentir ese apoyo y esa comodidad, para que nadie tenga que cambiar su forma de ser y sus tradiciones para intentar encajar.


➡️ Esta columna fue publicada en colaboración con ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados en el marco del Día Mundial de la Salud Mental, también puedes revisar la publicación aquí: https://www.linkedin.com/pulse/de-lo-que-nadie-habla-la-salud-mental-las-adolescencias-desplazadas/?trackingId=Su2G9YT%2ByuZOTFI%2Fg0ZE0g%3D%3D y en el marco del programa Escuela Política Feminista, iniciativa desarrollada por Quinta Ola gracias al apoyo del Fondo Canadiense para Iniciativas Locales (FCIL) de la Embajada de Canadá.